Hay cosas que piensas
y no las dices a nadie
porque no tienes a nadie,
o al menos eso piensas.
Pasan como flechas oscuras
que lastiman, que asustan,
que confunden,
que avergüenzan.
Pensamientos turbios
o afilados como cuchillos,
desoladores o confusos,
violentos como estallido.
Sueñas golpear, atacar,
destruir al mundo.
Deseas herir, terminar,
destruir tu mundo.
Y luego irrumpe el mismo mundo
—la cotidianidad, el absurdo—
y tú finges y sigues
en ese aislamiento mudo.
A veces tratas de romper el muro:
sacas a flote
algún pensamiento oscuro.
Y recibes a cambio
el miedo en sus ojos,
la extrañeza en sus hombros,
la incomprensión a todo.
¿No has pensado que el problema no es tuyo,
sino de aquellos que no saben ver lo profundo?
Y entonces
el silencio
atrapado
se vuelca
en ira
y en caos.
¿De dónde viene esa violencia?
¿Quién la puso y desde cuándo?
¿Estás seguro de…
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